El incremento global de los precios de los alimentos y la creciente presión sobre los recursos agrícolas revelan una profunda disyuntiva entre seguridad y soberanía alimentaria frente a un modelo productivo orientado a biocombustibles, monocultivos y expansión del agronegocio, especialmente en los países del Cono Sur. La demanda internacional de granos, la expansión acelerada de la soja y la industrialización de la producción de carne —impulsada por patrones de consumo propios de Europa y Estados Unidos que se replican ahora en China, India y otros países en desarrollo— reconfiguran los territorios a través de prácticas extractivas que intensifican la desigualdad socioambiental, compiten por suelos y agua, y subordinan la producción de alimentos al mercado energético y financiero. Aunque algunos autores plantean posibles complementariedades entre bioenergía y alimentos, las dinámicas globales muestran que los biocombustibles profundizan la concentración de tierras, la contaminación, el desplazamiento de comunidades y el deterioro de la agricultura familiar campesina. Ante este escenario, se vuelve urgente cuestionar un modelo que, bajo la promesa de eficiencia y progreso, reproduce dependencia alimentaria, erosiona sistemas locales de producción y amenaza la sostenibilidad y la dignidad de las poblaciones rurales.