El contundente triunfo electoral de Rafael Correa reconfigura el escenario político ecuatoriano, pero no resuelve las tensiones estructurales que atraviesan al campo, donde persisten una agenda extractiva, disputas por tierra y agua, y el distanciamiento entre el gobierno y las organizaciones indígenas y campesinas. El análisis muestra que, aunque el oficialismo capitalizó su inversión social y consolidó una mayoría parlamentaria, las demandas de soberanía alimentaria, reforma agraria y límites a la agroindustria quedaron postergadas, mientras el MAGAP reforzó un modelo centrado en productividad, agronegocios y uso de transgénicos. Esta combinación de apoyo electoral masivo y continuidad del modelo de acumulación plantea un futuro incierto para la vía campesina, cuyo margen de incidencia política se reduce frente a un Estado fortalecido y a una correlación de fuerzas menos favorable para la agenda rural transformadora.