El texto muestra que la agricultura familiar campesina enfrenta condiciones estructurales profundamente desiguales frente a un modelo agrícola globalizado que privilegia a la gran producción empresarial, debilitando los cultivos de subsistencia, la economía campesina y la sostenibilidad de los territorios rurales sudamericanos. En este escenario, la inserción de los pequeños productores en los mercados depende no solo de políticas públicas coherentes, sino también del rol decisivo de los consumidores, cuya preferencia por productos campesinos —respaldada por sellos de origen, certificaciones y atributos de calidad— puede abrir espacios de comercialización más justos. No obstante, estudios en Chile, Argentina y Brasil revelan que, aunque existe disposición a preferir alimentos campesinos, esta no siempre se traduce en voluntad de pagar precios diferenciados, lo que obliga a fortalecer estrategias de comunicación, diferenciación y consumo responsable. El análisis concluye que el vínculo entre agricultura familiar y mercados solo puede consolidarse mediante políticas claras, información accesible, certificaciones confiables y un cambio cultural que permita valorar los beneficios sociales, ambientales y nutricionales de la producción campesina.