El resurgimiento de la agricultura familiar como eje central de las agendas de desarrollo responde a la convergencia entre nuevas concepciones de seguridad y soberanía alimentaria, crisis globales recientes y experiencias exitosas de políticas públicas que han demostrado su potencial transformador. A partir de su definición como un sistema productivo que combina limitados recursos con trabajo familiar intensivo, la agricultura familiar se revela como un actor decisivo para enfrentar la pobreza, fortalecer el tejido social y garantizar dietas sostenibles, especialmente en contextos rurales históricamente marginados. Experiencias como las de Brasil —basadas en financiamiento inclusivo, compras públicas, asistencia técnica y articulación institucional— muestran que su consolidación requiere información precisa, reconocimiento formal de sus sujetos y marcos normativos que faciliten su inserción en los mercados. El desafío es comprobar que, mediante políticas coherentes y sostenidas, este modelo productivo puede trascender la retórica y convertirse en una herramienta efectiva para la equidad social, la sostenibilidad ambiental y la reconstrucción territorial.