La recuperación y el desarrollo sostenible de los territorios rurales en Sudamérica enfrentan serias dificultades como resultado de la combinación de la crisis sanitaria del COVID-19, los efectos cada vez más severos del cambio climático, la deforestación e incendios forestales a gran escala, y la persistencia de políticas económicas orientadas al extractivismo. En distintos países de la región, estos factores han provocado sequías prolongadas, inundaciones, pérdida de biodiversidad y afectaciones directas a la producción de alimentos, profundizando la vulnerabilidad de comunidades campesinas e indígenas. Aunque la incidencia directa de la pandemia ha disminuido, sus consecuencias económicas y sociales continúan impactando de manera estructural en los territorios rurales, mientras las estrategias de reactivación económica reproducen modelos que deterioran los ecosistemas y los medios de vida locales. En este contexto, la agricultura familiar emerge como un pilar fundamental para enfrentar la inseguridad alimentaria y el cambio climático, siempre que sea fortalecida mediante políticas integrales que promuevan la sostenibilidad ambiental, la dinamización de los mercados locales, la adaptación climática y el desarrollo territorial con enfoque social y ecológico.