Mirar el mundo desde Charagua revela una tensión profunda entre la vida cotidiana de los agricultores y las grandes decisiones globales. Mientras las familias del Chaco boliviano ajustan sus siembras según lluvias cada vez más impredecibles, los Estados y organismos multilaterales discuten, en sucesivas cumbres, diagnósticos ya conocidos sobre hambre, cambio climático y desigualdad. Esta desconexión pone en evidencia tres supuestos fundamentales: que las políticas alimentarias globales requieren anclarse en realidades locales; que la soberanía y la equidad no pueden construirse sin transformar los sistemas productivos y las relaciones comerciales; y que la gobernanza internacional solo será legítima si incorpora principios de solidaridad, responsabilidad y participación democrática. El desafío es demostrar que es posible tender un puente real entre la práctica diaria de quienes siembran y las decisiones de quienes negocian en su nombre, para que los compromisos internacionales se traduzcan efectivamente en desarrollo, dignidad y seguridad alimentaria.